septiembre 2011


Mind game

Lo reconozco, tengo un problema con el anime. La aversión que le proceso proviene seguramente de la gran cantidad de estereotipos que mezclan en casi todas sus historias, siempre las mismas caras, los mismos trazos, las mismas voces… y así sucesivamente hasta formar una lista enorme de señas repetitivas. Esto se une al claro machismo que  desprenden la mayoría de series y películas (más en las primeras), una velocidad de la trama pasmosa y una innovación casi nula. En definitiva, no se me hace nada atractivo perder varios días de mi vida en ver una de sus interminables series.

Esto, como todo, tiene sus excepciones. Existen dibujantes de anime que suelen sacar una o dos obras independientes, con carácter personal y que se alejan de las características tan marcadas de sus semejantes. Un ejemplo notable es el “Estudio Ghibli” que me ha enamorado con la mayor parte de las películas que Hayao Miyazaki ha dibujado y dirigido, sumando en últimas instancias a Hiromasa Yonebayashi, encargado de la última película de la empresa. El resto de trabajos que cuentan con mi devoción no vienen al caso pero si el que cierra la lista.

Mind game” es un largometraje de algo más de hora y media con un argumento difícil de explicar. No es por qué no exista o sea rebuscado o incluso se deje ver más bien poco a lo largo de todo el metraje, simplemente es porque la película te ofrece millones de cosas más en las que fijarte que la insignificante y muy bien llevada trama.

La película empieza con una serie de imágenes desordenadas a las que encuentras un sentido parcial, estas son seguidas por el título y podríamos decir que a partir de aquí empieza la película en sí. Nos presentan a un chico, frustrado dibujante de mangas, que se encuentra con su amor del instituto. Hasta aquí todo normal. Esta le invita a tomar algo a su propio restaurante y es allí donde la cosa se sale de madre. Triadas, muertes, sangre, dioses, ballenas y muchos disparates.

La película es una conjunción de numerosas técnicas de animación, el dibujo clásico, el stop motion, modificación de imágenes reales, grabados, blanco y negro… un enorme alarde de expresionismo plástico. Todo esto es acompañado por varios toques visuales que se repiten a lo largo del metraje: tenemos zonas muy oscuras, con grises, verdes y azules, escenas con tintes muy cálidos donde predominan los anaranjados, rojos y amarillos, otras muy coloristas donde tonos básicos y simples pero todos muy intensos se mezclan formando una escena surrealista e impresionante.

Los estereotipos mencionados anteriormente lejos de suprimirse se ensalzan intensamente transformando lo típico en algo raro y, en cierta manera, innovador. Las expresiones  “made in Japon” se tornan esperpénticas dotando a sus personajes de un contorno que se escapa al usualmente utilizado en el resto de trabajos del país nipón.

Todo esto hace que la película te atraiga y produzca un ensimismamiento tal que te abstrae de la realidad. Esto no decae hacia el final del metraje, su desenlace sobrepasa por completo las expectativas de cualquier espectador dejando el listón demasiado alto para que otra película del género mejore el resultado.

En conjunto nos queda un largometraje raro, divertido, con mucha impronta visual, con una historia surrealista de toque muy metafórico de la cual se desprenden conclusiones y moralejas para todos los gustos.

Resumen:

Película surrealista y experimental que mezcla la comedia con medias tintas de tragedia todo con una base de animación que se antoja increíble y aderezado con un humor sutil pero muy expresivo.

Melchian

Las comedias de terror: Leprechaun

A lo largo de la historia del cine dos de sus géneros más antiguos y prolíficos se han unido en numerosas ocasiones para solidificar, poco a poco, una nueva temática, las comedias de terror.

Este tipo de cine ya empezaba a asomar las orejas con los primeros cortos de animación de una primeriza Disney. Claros ejemplos son  “El baile de los esqueletos” (“The skeleton dance”) donde se presentan los tópicos más clásicos del cine de terror: arañas, gatos negros, búhos, la noche, luna llena, ramas que se creen brazos y sobre todo, esqueletos, la muerte. Al final todo el conjunto se convierte en un baile con las deformaciones y animaciones que le hicieron a Disney ganarse un lugar dentro del limitado universo de Hollywood.

Pocos años después se realizó “El doctor loco” (“The mad doctor”) también gracias a Disney. En este corto de animación se mantienen los iconos que se presentaron en “El baile de los esqueletos” añadiendo otros muchos como la casa encantada o la imagen de mad-doctor tan popular hoy en día en el género del terror.

A partir de este punto son numerosos los cortos de animación que aunaron estos dos géneros: “Hells bells”, “Skeleton frolics”, “Claws for alarm”, “Jeepers creepers” e incluso con protagonistas celebres como el pato Donald en “Truco o trato”.

Habrá que esperar hasta los sesenta para que se nos presente uno de los primeros largometrajes que unió de forma intencionada y satisfactoria estas dos temáticas. “La pequeña tienda de los horrores” fue, casi, la pionera en este nuevo género mixto que aunaba la imagen real, una planta mutante carnívora y mucho humor absurdo. Tanto gustó la idea que en 1986 se realizó un remake en el que se aumentó el toque de humor  y en 1996 se creó una serie animada relegando el terror a un aspecto casi circunstancial e inexistente.

En esa misma década otros dos grandes portentos saltaron a la palestra cinematográfica, “Mad monster party”, una reunión en stop motion de monstruos clásicos, y la inmejorable “El baile de los vampiros” donde la mezcla cuaja perfectamente y se da a conocer de una forma universal.

A partir de este momento el género encuentra en la serie b su trampolín hacía una elevada prolificidad. “Pesadilla en Elm street”, “El jovencito Frankenstein”, “The rocky horror picture show”, “Terroríficamente muertos”, “El ejército de las tinieblas”, “Critters”, “Gremlins”, “Ghoulies”, “Bitelchus” y así centenares de películas y de sagas que se aprovechaban de esta conjunción que tanto gustaba, de la misma manera a pequeños que a mayores.

Dentro del cine actual este género no ha muerto, sino que sigue reinventándose con “Shaun of the dead” o la muy reciente e igualmente increíble “Tucker and Dale vs Evil”. Incluso el cine patrio ha hecho una gran aportación al género teniendo en el punto de mira la casi omnipresente figura de Santiago Segura con “El día de la bestia”, “Una de zombis” o “Beyond re-animator”, la mayoría con menor acierto que el resto.

A pesar de toda la amalgama de películas disponibles solo unas pocas se mantienen fieles a la calidad que desprendían sus predecesoras de los sesenta o setenta dejándose llevar por la serie b y el “hacer rápido y mal” del terror de los 80.

Sin embargo, en la década de los 90, precedidas por “Gremlins” y “Critters” a las que seguramente les debe mucho, comienza una nueva saga de terror cómico que llega hasta nuestros días sin demasiados cambios apreciables. La saga a la que me refiero es la poco conocida “Leprechaun”, donde se explota el arquetipo de duende irlandés hasta convertirlo en un ser perverso, estrafalario, esperpéntico y muy divertido personajillo.

Lo increíble y fascinante de esta longeva serie es que sigue fiel a sus principios, manteniendo en su plantel al actor que encarna en cada una de las películas al magnifico duende, Warwick Davis, participante también en la saga de “Harry Potter”, “Las crónicas de Narnia” y “Star Wars” entre muchas otras.

Su triunfo se basa principalmente en llevar a cabo una historia insulsa, un guión lleno de lagunas, actores pésimos y un ritmo un tanto insustancial. La verdad es que se parece en gran medida a cualquier película de terror de serie b solo dedicada a fans acérrimos del género. Entonces, ¿qué tiene esta saga y sus películas para que guste medianamente a la gente en general y especialmente a los terrorfilos? La respuesta es clara, rápida y concisa, el Leprechaun. El solo levanta todas y cada una de las películas. Su personaje es tan carismático que aguantarás minuto tras minuto solo para descubrir que tontería, refrán o truco se le ocurre hacer a continuación.

La historia como he dicho antes no tiene mucha importancia. Para ser concretos, a lo largo de la saga, se contradicen a si mismos: los principios iniciados e implantados en una película no se mantienen en la siguiente, no solo no se mantienen sino que son contradichos una y otra vez. Acaban con el susodicho duende pero en el siguiente largometraje lo vuelven a revivir sin molestarse en dar ningún tipo de explicaciones, modifican su edad y su vestimenta entre otros muchos desfalcos, aunque sigue siendo el mismo ser despreciable que te había dibujado una amplia sonrisa en la primogénita película.

Los actores y actrices son de risa, incluyendo a Jennifer Aniston que protagoniza la primera película de la saga y para la que supuso su despegue como actriz. A pesar de que no repite en el resto, cosa que no creo que hubiera cambiado nada sino todo lo contrario, los actores y actrices contratados son peores que pegar una paliza a un clavo ardiendo. Terribles.

Y reitero, a pesar de todas las carencias, de todos los fallos, de la dejadez que se experimenta cuando sabes que estás viendo algo que no tiene absolutamente nada aprovechable, todo eso se olvida automáticamente cuando aparece el duendecillo saltando sobre esos tacones, gritando, riendo y soltado todas las barbaridades que se le ocurren. Es increíble la cantidad de refranes y rimas que se pueden oír en hora y media de metraje. Eso si, verla en versión original para apreciarlas en toda plenitud, un continuo chorreo de barbaridades.

Resumen:

Una saga casi atemporal que mantiene lo que en un principio la hizo famosa, diversión pura y dura. Si te gusta y tienes ganas de más recomiendo el visionado de “Rumpelstiltskin” otra película con más de lo mismo.

Melchian

Scream 4

Parece que el mundo del cine todavía no ha aprendido la lección. Si hacemos memoria, “La matanza de Texas”, “Halloween”, “Viernes 13”, “Pesadilla en Elm Street” y otras muchas de menor envergadura han tenido una larga estela de secuelas, largometrajes que explotan su personaje principal, sus gracias, sus métodos hasta la saciedad. Películas que solo sirven para contentar a los fans acérrimos de cada personajillo y que sirven más al dólar que al cine de terror. Hasta ahora la única que había permanecido inalterable, por lo menos medianamente, era la saga de “Scream” protagonizada por nuestro querido y poco carismático Ghostface. No sé si ha sido porque a Craven no le salía un tiro decente desde hace más de diez años y a la vista de la reciente resurrección de tantas sagas clásicas decidió hacer tanto de lo mismo, estrujar su gallina de los huevos de oro. El problema, Craven, es que ya no tiene más huevos que poner.

Scream 4” rompe la trilogía inicial por simple hecho de ser la cuarta película de una trilogía, pero eso no debe importar, demasiado. El argumento es el de siempre, Ghostface coge su cuchillo (cada vez más curvilíneo) y se dedica a matar a todo bicho que se encuentra por delante. Básicamente es eso por mucho que nos intenten vender vueltas de tuerca, líos de cabeza con remakes de películas anteriores, cine dentro del cine… las famosas reglas del cine de terror ya no las cumple nadie.

Dejando de lado la poca originalidad que deja tras de sí el título podemos centrarnos en otros muchos detalles indeseables. Uno de ellos es el maravilloso desfile de silicona en el que se convierte la película. Courteney Cox y David Arquette vuelven para co-protagonizar la nueva secuela, un gran alivio para muchos fans, pero la verdad sea dicha, independientemente del paso del tiempo he tenido que pestañear un par de veces para reconocerlos en pantalla, sobre todo a Cox. ¡Por Dios! ¿Se debe reconocer al mirarse al espejo? Y ya ni hablemos de la tía de Campbell… un despropósito de caras impersonales, sin expresión y que dejan la interpretación como mero apunte en el margen de un papel emborronado.

Craven opta por muertes mucho más sangrientas y viscerales (literalmente) que en sus anteriores películas, quizás sea para intentar despistar al espectador del despropósito general del largometraje o simplemente para adaptarse a los tiempos. Los sustos no pasan de ser cuatro subidas de volumen a lo largo de las escenas, los clichés del slasher se repiten de forma aburrida en lo que ya no sabes si calificar como parodia o falta de ideas.

Otro de los puntos que cansa muchísimo es la cantidad de los famosos “falsos fínales” que nos regalan a lo largo de la última media hora de metraje. No es por el número, que también, sino por la calidad de los mismos, sabes lo que estás viendo, sabes lo que va a pasar y sabes perfectamente que la película no termina ahí. Lo increíble es que pueden llegar a meter cuatro seguidos. ¿Para aumentar el metraje? ¿Igual es que se creen de verdad que engañan a los espectadores? De todas formas, cada final es peor que el anterior, dejando reservado para el último el más patético y previsible de todos, con frase “carismática” incluida.

Además la película cuenta con un posible toque paródico y de humor (dependiendo del espectador) el cual se ve reflejado en las numerosos guiños al cine de género presentes en varias escenas, posters clásicos, Robert Rodríguez como director de “Puñalada 7”, frases cómicas con alusión a películas clásicas, en fin, más de lo mismo.

Por favor señores de Hollivú estrujaros más los sesos y menos a vuestras viejas glorias y como bien dicen en esta bazofia (quizás lo único inteligente):

–          Primera regla de un remake: No jodas al original.

Resumen:

Fantochada de la mano del viejo Craven que intenta recaudar fondos para una mejor jubilación. Más gore, menos actuación y originalidad. Solo apta para mirar sin ver nada.

Melchian